La incertidumbre en torno al nacimiento de Jesús de Nazaret ha perdurado a lo largo de los siglos, desafiando cualquier intento de establecer una fecha concreta. Los evangelios, escritos varias décadas después de su muerte, son las únicas fuentes disponibles para los historiadores, pero presentan discrepancias notables.
De acuerdo con las narrativas de Mateo y Lucas, existen elementos divergentes que complican la determinación precisa del nacimiento de Jesús. Mateo vincula su nacimiento al reinado de Herodes el Grande, sugiriendo una fecha entre el 4 y el 7 a. C. En contraste, Lucas relaciona el evento con el censo de Quirino en el año 6 d. C., lo que marca una discrepancia mínima de 10 años entre ambos relatos.
La posibilidad de que los capítulos sobre el nacimiento de Jesús fueran añadidos a los evangelios posteriormente a su circulación plantea interrogantes adicionales. Este aspecto, según estudiosos como Antonio Piñero, catedrático emérito de Filología Griega, sugiere una redacción de esos relatos a principios del siglo II, más de 60 años después de la muerte de Jesús.
Los intentos de establecer una fecha exacta se han basado en elementos históricos como la referencia a Poncio Pilato en los evangelios. Si se considera la cronología de Mateo, el posible nacimiento en los últimos años del reinado de Herodes el Grande permitiría una coherencia con la muerte de Jesús alrededor del año 30 d. C.
Sin embargo, estas narrativas se entrelazan con recursos literarios y proféticos, como la conexión simbólica de Jesús con Belén, ciudad de David, para cumplir profecías del Antiguo Testamento.
A pesar de la mencionada diversidad cronológica, los evangelios siguen siendo las únicas fuentes principales sobre la vida de Jesús. Otros textos históricos, como los de Flavio Josefo, proporcionan referencias generales sobre Jesús pero no detallan su nacimiento.
En resumen, la datación precisa del nacimiento de Jesús continúa siendo un misterio, y aunque se han elaborado aproximaciones basadas en elementos históricos y textuales, la incertidumbre persiste, centrando la atención más en los eventos de su muerte y resurrección que en su nacimiento.