Desde el inicio de la erosión del río Coca en 2020, el poblado de San Luis, en el cantón El Chaco de la provincia de Napo, ha sido devastado. Más de 20 familias han huido y 15 viviendas han sido arrastradas por la corriente, dejando al borde del abismo a las 55 familias que aún se resisten a abandonar el lugar.
El peligro se incrementa con las lluvias torrenciales que azotan la región desde el 16 de junio, provocando grandes deslizamientos de los márgenes del río y acercando el violento cauce a menos de 50 metros de algunas viviendas.
El 18 de junio de 2024, el poblado parece una zona fantasma. Sus calles vacías y el silencio solo se ven interrumpidos por el ruido de los vehículos en la avenida E45, que conecta Quito con Lago Agrio. Nancy Chicaiza, presidenta del Comité de Riesgos de San Luis, expresa la constante incertidumbre: “No sabemos cuándo el río se va a llevar todo”. A pesar de la amenaza inminente, la erosión ha generado empleo local, con hombres trabajando en estudios de la erosión y mujeres ofreciendo servicios a las empresas.
El socavón de San Luis, un enorme hueco en la vía E45, agrava la situación. Mientras tanto, los problemas de salud proliferan. Los niños sufren de parasitosis y caries recurrentes debido a alimentos contaminados y la falta de higiene, complicando su desarrollo. Los estudiantes enfrentan constantes suspensiones de clases, y la escuela 12 de Febrero lucha por mantenerse operativa.
El 21 de junio, la corriente del río Coca arrasó parte de la montaña, dejando al descubierto la tubería del Oleoducto de Crudos Pesados a solo cuatro kilómetros del poblado. Los habitantes viven entre el miedo y la desesperanza, con la esperanza de que las autoridades tomen medidas.